domingo, 1 de enero de 2012

Ella


Me llama,
me susurra desde dentro.
Sin pronunciar mi nombre,
me grita.

Nunca sabré a dónde quiere llevarme,
en qué lugar va a dejarme respirar.
Evapora mi alma, eleva mi cuerpo
y lo deja caer cuando se aburre.

Se carcajea de lo que he conseguido.
Recordando lo que puede ofrecerme,
me señala, jamás contenta, nunca aliviada,
hasta que yo conteste a la llamada.

Si quiere, puede cubrirme de oscuridad,
de agrio paladar y polvo.
Colmar de lágrimas mi rostro,
ensartar mi corazón de odio.

Cuando lo desea, me muestra todos los colores,
se ríe de la vida y la llena de recuerdos.
Espuma de vino, sudor de juventud,
el aleteo de las mariposas en el pelo.

Me llama,
repite que quiero y puedo,
aunque pueda y a veces no quiera.
Nunca nos entenderemos del todo.

Aunque si pido su ayuda,
está siempre ahí, sin dudar.
Aunque si he de esconderle,
nunca se ofende, sólo anhela.

Elige el peor momento,
duerme al amanecer;
calla cuando sobran las palabras,
grita cuando yo no puedo hablar.

Me llama,
me excita, me quema, me llena.
Me grita,
me excusa, me despierta, me vela.

Escucho…
Entiendo, ignoro, vivo.
Respondo…

Al final, siempre respondo.










En sí, la homosexualidad está tan limitada como la heterosexualidad: lo ideal sería ser capaz de amar a una mujer o a un hombre, a cualquier ser humano, sin sentir miedo, inhibición u obligación.
Simone de Beauvoir

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